Iba a contarle la historia de un mamut que se creía una zarigüeya,
para decirle que uno no tiene que creerse mucho lo que los demás piensan de él…
Iba a contarle la historia de un tigre que pensaba que era
un cordero, y que pastaba en un prado sin rugir, correteando y saltando con los demás
pequeños...
Iba a contarle que hay dragones poderosos dentro de algunos
de nosotros, y que tenemos que escarbar hasta encontrarlos…
Pero entonces me acordé de lo felices que son las zarigüeyas
en sus locas carreras por los árboles, de la paz que transmiten los tigres que dormitan
al sol de invierno sin molestar a nadie y que nadie sensato querría parecerse a un dragón de Komodo cuando
caza salivando.
Así que mejor le pido que deje de mirarse tanto en el espejo
y comience a mirar por la ventana, no vaya a ser que de tanto buscar descripción
con la que encajar, se pierda poder vivir todas las historias que les tiene
contar a una minúscula comadreja y un pequeño cordero juguetón mientras los
acuna entre sus enormes alas llenas de escamas verdes.
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