Recibí una invitación para una subir una montaña. La sostenía incrédula en mis manos mientras me imaginaba coronando la cumbre ya de noche y escuchando todas las canciones que prometían en el folleto. A mitad de camino la invitación se transformó en suscripción amenazante y si no domiciliaba la ilusión y pagaba por adelantado, en siete días la montaña cambiaría de sitio.
Otro fraude, pensé, pero ya que había salido a caminar no iba a volver a casa enseguida. Y seguí paseando ...
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